Conócete a ti mismo

Ilustración de Javier Crevillén

Iban, los antiguos griegos, a Delfos esperando encontrar sabiduría. Al lado del templo de Apolo, estaba el oráculo que les recibía con la inscripción “γνωθι σεαυτόν”. Siempre me hizo gracia que allí, donde acudes a pedir consejos, lo primero que te digan sea: “Conócete a ti mismo”. Sería como si en los libros modernos de autoayuda te pusiese: La respuesta está en tu interior, que es más o menos lo que vienen a decir. No os creáis, que pretendían y pretenden, echar balones fuera, o sí. Pero, en cualquier caso, es una recomendación más que aceptable. Ya tenían claro en Grecia, la importancia de ser conscientes de quienes somos. Tener claro nuestras limitaciones y habilidades es fundamental para evolucionar, es improbable mejorar si no se sabe en qué se falla. La frase, que también se atribuye a Sócrates, da la vuelta al mundo como un mantra y parece la solución a nuestros problemas, a mí me deja más preguntas que respuestas.

Está en mi naturaleza cuestionarme todo (no vayáis a pensar que mi duda es cartesiana, pues hay verdades en las que tengo fe, pero siempre me gustó buscar al gato los tres pieses) Después de los años que he convivido conmigo, he intentado, Dios lo sabe, conocerme, no estoy segura de haber completado la tarea. Cuando oigo a alguien hablar de sí mismo, tengo la impresión de que no siempre acierta, así que, ¿cómo podría pensar que doy en el clavo cuando se trata de mí? Debemos tener en cuenta, que uno tiene más datos suyos que los demás. Y a su vez, los demás tienen información nuestra que, por una cosa o por otra, podemos haber pasado por alto, siendo igual de valiosa. Por eso, me surge la siguiente pregunta. ¿Es posible conocerse a uno mismo? Nuestra visión es limitada, está empañada por nuestros miedos y anhelos, tanto lo que queremos ser, como lo que, bajo ningún concepto querríamos, forman parte -al fin y al cabo- de nuestra visión y siempre estará ahí. El conocimiento personal es una cosa seria. Si reconocemos la profundidad del alma y el valor del espíritu, hay muchas cosas que debemos considerar, y muchas de ellas son inabarcables para nuestra pequeña mente. Y así llega la siguiente pregunta: ¿Es posible ser objetivo con uno mismo? Soy consciente de que no tengo la misma opinión de mí misma que cualquiera al que martirizo con mis constantes cambios de ánimo (o mis hermanas a las que torturo sin parar desde hace más de veinticinco años). Mis manías, fobias, nervios… sé que molestan más al de al lado que a mí. Solemos ser más indulgentes con nosotros que con los demás y sufrimos más su larga lista de defectos, sin acordarnos, de que el de enfrente también sufre los nuestros.

Siguiendo con mi reflexión, llego a la tercera pregunta: ¿Podemos ser objetivos con los demás? Si dudamos del entendimiento profundo del yo, cabe dudar del conocimiento pleno del mundo interno de otra persona. Si al conocernos a nosotros mismos tenemos barreras, los demás deberían sernos más extraños aún, pues todos tienen conflictos internos que ignoramos. Cuando tenemos un juicio sobre alguien, nos falta mucha información (casi toda la importante). Entre otras cosas, estamos mirando con nuestros ojos, nada objetivos. Además de estar influidos, verbigracia, por lo que le queremos que muchas veces es mucho y otras, es poquísimo. Sobre muchas de estas cuestiones ya divagué hace tiempo en Aunque parezcamos lagartos.

Después de estar un rato pensando en cómo soy, como me entiendo y como me perciben los demás, veo que no siempre concuerda. Y siendo sinceros, ¿qué es más importante, lo que somos para nosotros mismos o lo que los demás perciben de nosotros? Quiero decir, en teoría, deberíamos conocernos más que los demás. Pero si todo el que nos conoce piensa que somos de una manera determinada, aunque nosotros pensemos que somos de otra, ¿quién tiene razón? Y aún más interesante, ¿qué tiene más relevancia? Nosotros damos más valor a lo que pensamos y a lo que reflexionamos que a lo que hacemos. Para nosotros somos ese mundo interno, sin embargo, el que nos mira no tiene acceso a él y únicamente ve como nos hemos portado con el otro, lo que hacemos, lo que nos esforzamos… Quiero poner un ejemplo, por si no se me está entendiendo del todo bien; si nosotros creemos que somos buenas personas y actuamos en todo momento de acuerdo a la ética y a nuestra moral, pero los demás creen que somos una mala persona por la consecuencia de nuestros actos en ellos, ¿qué somos? Hay una frase, que me gusta usar, que lo explica bien: Es importante ser limpio, pero también parecerlo. Y es que, ¿de qué sirve ser bueno si las personas de alrededor no lo notan? Al igual, que si hacemos hincapié en nuestra higiene personal y no se ve a simple vista lo estamos haciendo mal, pasa con nuestra conducta. Y si nos cuesta un poco ser objetivos con nosotros mismos, la opinión de los demás, puede ser, muchas veces, un buen indicativo. Si queremos ver si somos generosos, pacientes, alegres, iracundos… ver nuestro reflejo en la mirada ajena, puede ser un buen recurso.

Después de soltar, sin pudor, mis pensamientos, cuáles quizá cualquiera con más capacidad de raciocinio encuentre ridículos, debería hablar de formas para solventar estos obstáculos. Hay muchas maneras de conocerse, pero para los que necesiten un poco de ayuda, recomiendo un taller de personalidad que se imparte en Schoenstatt. Donde explican muy bien los cuatro temperamentos, que son: flemático (no emotivo, no activo), melancólico (emotivo, no activo), colérico (emotivo, activo) y sanguíneo (no emotivo, activo)[1]. Se tienen en cuenta, en el taller, si algo es parte de nuestro carácter o nace de adaptarnos a las circunstancias de la vida, que nos han moldeado hasta ser así. Las máscaras que nos ponemos y las etiquetas que nos ponen los demás son parte indiscutible de nuestra personalidad, pero no de nuestro carácter. Aquí encontramos esperanza, pues habla de la autoeducación y como con constancia y dominación, podemos intentar corregir nuestros defectos. Conocer bien los temperamentos es útil, no sólo para ti mismo, sino para acercarte a los demás con una visión más profunda. Yo, que soy colérica de manual, he tardado años en aceptarlo. Me hubiera gustado ser melancólica, pero en estas cuestiones, poco importa lo que uno quiere ser. (Se le suma, para mi confusión, que los demás creían que era sanguínea por la impulsividad e influyó en mis conclusiones) Una vez que aceptas tus defectos, que puedes empezar a trabajar con ellos y fomentar tus virtudes. Esto, que suena muy lógico, es, en realidad, complejo, si tenemos en cuenta todo lo mencionado anteriormente. Sin embargo, todas las barreras que encontramos a la hora de entendernos profundamente, demuestran la grandeza y la complejidad de nuestro mundo interior.

Cuanta pregunta sin respuesta hay en este artículo. Si venías aquí buscando algo parecido a un oráculo, siento haber decepcionado. La contradicción, a la que estoy más que acostumbrada, pues vivo permanente en ella, puede ser molesta para aquel que no esté habituado. Me ha costado estar cómoda en mis discordancias, pero, si de conocimiento se trata, he llegado a la conclusión de que más me valía adaptarme y aceptarlas. También, quería aprovechar para decir que si alguien sabe cómo responder alguna o tiene una reflexión interesante, por favor, que sea generoso y la comparta. A ver si entre todos somos capaces de arrojar algo de luz a estas cuestiones que, en realidad, seremos más felices (o por lo menos, yo, que me agobio) si les damos la importancia justa, ni más ni menos, que ser objeto de reflexión.

Iban, los antiguos griegos, a Delfos esperando encontrar sabiduría. Y encontraban profecías, augurios, consejos e igual algo de claridad; pero, sobre todo, encontraban más preguntas que respuestas. Y qué suerte, porque, normalmente, son más interesantes. Hay, para mi gusto, más espacio para reflexionar en un problema que en su solución. No sé si puedo conocerme ni a mí ni a los demás, pero sé que merece la pena intentarlo y es ese hecho, lo que ejercita la mente, el alma y el corazón.


[1] Los cuatro temperamentos o humores fueros descubiertos por Hipócrates y Galeno. Reciben el nombre según los humores (líquidos) del cuerpo: flema, sangre, bilis negro y bilis amarillo. Se utilizaba en medicina y se creía que el desequilibrio en estos fluidos afectaba a la personalidad y a la salud. La teoría humoral se recoge en el taller caracterológico implementado en la pedagogía alemana de Schoenstatt.

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