El viejo y la radio

Desde que sus nietos le regalaron la radio, Rodrigo, nunca la apagó. Al principio, era porque le hacía compañía, pero después se volvió una necesidad.  Decidió que en la vida ya lo había visto todo, todas las películas, había leído todos los libros, tenía la vista cansada y ahora le tocaba escuchar. Vivía feliz, enfrascado en los programas de radio, los escuchaba todos, de todas las cadenas. Le daba igual si eran de música clásica, si se discutía sobre la economía de Europa, o si era un consultorio de “raritos”. Así fue como el abuelo dejo por completo de hablar. Su familia, que estaba muy preocupada al principio, se fue acostumbrando a un Rodrigo mudo que iba con la radio en brazos. Cuando iban a verle se sentaban alrededor y escuchaban con él. Nadie sabía el porqué, y todos tenían teorías variopintas. Unas eran profundas, como que quería pasar el tiempo que le quedaba aprendiendo todo lo que pudiese, o que había descubierto el beneficio del silencio. Otras eran más banales y decían que se había hartado de todos. Pero fuera cual fuese la razón, todos disfrutaban cada vez más las horas de radio con su querido abuelo, que tanto les había cuidado. Sus nietos iban a verle y a llevarle pilas todas las semanas, pues estaban convencidos de que su abuelo, que ya estaba muy muy mayor, se apagaría el día que lo hiciera la radio. Por eso cuidaban tanto la radio-marcapasos como a su abuelo. Así pasaron los años y Rodrigo ahí seguía, resistiendo, pegado a su vieja amiga. Pasaron tantos, que batió el récord de persona más longeva. Salió en todas las televisiones, revistas, y por supuesto, radios. Con sus 130 años el viejecito seguía escuchando con la misma sonrisa. Pero, un día la radio empezó a fallar, por mucho que le cambiasen las pilas y recolocasen la antena no mejoraba. Cuando del altavoz no salía más que un murmullo, se fueron preparando. Todos estaban agradecidos, en realidad, sabían que habían sido unos afortunados. Habían cuidado a su abuelo muchos más años que cualquiera. Se les había regalado un secreto, es la ilusión lo que nos mantiene vivos. Rodrigo se abrazó a la ilusión hasta el último día.  Justo antes de apagarse se escuchó muy bajito The end de The Doors con el dolor de quien se despide de un viejo amigo. Desde que sus nietos le regalaron la radio, Rodrigo nunca la apagó.

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